viernes, 26 de octubre de 2007

El Sueño olímpico Continúa. Sydney 2000



Juegos de la XXVII Olimpiada

Sydney 2000

El 23 de septiembre de 1993 en Montecarlo, Mónaco, durante la 101º sesión del Comité Olímpico Internacional, bajo una fuerte contienda se llevó a cabo la elección de la ciudad que organizaría la primera edición de los juegos olímpicos del nuevo milenio. Pekín, Manchester, Berlín, Estámbul y Sydney eran las ciudades que se disputaban la sede siendo la más fuerte y favorita la candidatura China. Pekín ganó casi todas las rondas, pero la última y más importante de todas la ganó Sydney 45 a 43 y de esta forma quedaba oficialmente seleccionada como la Ciudad sede las olimpiadas del 2000.

A partir del siguiente año empezó a darse uno de los trabajos más sorprendentes y espectaculares de la historia australiana, transformar un vertedero de basura y desechos tóxicos industriales en el mejor parque olímpico de la historia en aquel entonces. En totoal, más de 25 mil millones de dolares fueron invertidos para construir el Homebush Bay Olympic Park y transformar a la ciudad de Sydney en una de las mejores y más modernas del mundo con la capacidad de recivir a miles y miles de personas de todas partes del mundo para presenciar los juegos olímpicos.


El principal objetivo de Sydney era superar el fracaso de Atlanta 1996 y superar el éxito de Barcelona 1992. El trabajo fue impecable, una organización exelente en todos los sentidos, incluso con el medio ambiente porque uno de los mayores logros fue el hacer unos juegos verdes donde se afecto en lo más mínimo al medio ambiente. Todas las instalaciones deportivas estuvieron listas a tiempo, una inmensa villa olimpica, el estadio olímpico más grande construido hasta ahora con capacidad para 110 mil espectadores y las demas instalaciones fueron de primera categoria.


Y llegaría la hora cero. El 15 de septiembre era el día, una ciudad transformada y el mundo entero a la espectativa de apreciar el trabajo del pueblo australiano. La ceremonia de apertura rompió paradigmas con un espectaculo sorprendente que dejo a muchos con la boca abierta por la magnificiencia, innovación y tecnología de cada uno de los actos presentados durante toda la ceremonia, un verdadero despliege de luz se llevó a cabo.


Luego de más de 3 horas y media de espectaculo se acercaba el momento cumbre y más importante de la noche; el encendido del pebetero olímpico. Toda la espectativa, el mundo estaba paralizado, más de 3 mil millones de personas esperando ver el gran momento. Luego de varios relevos, Cathy freeman reciviría la antorcha y avanzaría hacia una hermosa y moderna fuente de agua, de la cual saldría el pebetero, que despues de encendido, subiría mecanicamente hasta lo más alto del estadio para coronarse con el fuego olímpico y desde allí iluminar por más de dos semanas al mundo entero. Luego un sorprendente despliegue de fuegos artificiales iluminó completamente el clielo de Homebush Bay y de Australia por completo y de esta forma se daba por inugurada oficialmente la Apertura de los juegos que celebraban la XXVII olimpiada de la era moderna en Sydney 2000.

En lo meramente deportivo, destacar a la atleta estadounidense Marion Jones que consiguió 3 medallas de oro y dos de bronce. Otros nombres fueron Maurice Green medalla de oro 100 metros lisos el espectacular Checo Jan Zelezny con su tercer oro consecutivo en lanzamiento de jabalina. La magnifica piscina olímpica propicio 37 marcas, deporte donde es raro que no se supere las marcas olimpiada tras olimpiada. Si el nivel de una competición se mide por los récords, la natación ha de considerarse lo mejor de los Juegos. En la piscina se batieron quince plusmarcas mundiales, con los holandeses Pieter van den Hoogenband e Inge de Bruijn como máximos devoradores de segundos. Cada uno impuso tres récords y el de Van den Hoogenband en los 100 libre, 47.84, puede tener una larga vida por delante.


Uno de los momentos cumbres de las competencias de atletismo fue el triunfo de Cathy Freema, quien ganó la medalla de oro en los 400 metros y de esta forma llena de orgullo al pueblo aborigen australiano. La atleta Marion Jones, que había asumido por adelantado el papel de reina de los Juegos, no pudo poner sus piernas a la altura de sus ambiciones. Se llevó tres de las cinco medallas de oro que estaba dispuesta a ganar, las de 100, 200 y 4x400 metros, pero no perdió la sonrisa ni cuando fue tercera en longitud y en 4x100 ni cuando su marido y entrenador, el lanzador de peso C.J. Hunter, fue expulsado de los Juegos por dopaje. Por encima de Marion Jones, la estrella del Estadio Olímpico fue la australiana Cathy Freeman, que paseó su condición de aborigen ante un público enfervorizado en dos actuaciones inolvidables: el encendido del pebetero en la ceremonia inaugural y la victoria en los final de 400 metros libre. Freeman entró tras esta carrera en un estado de semiinconsciencia del que sólo despertó tras una apoteósica vuelta de honor.
Michael Johnson añadió unos cuantos quilates a su joyero con dos nuevas medallas de oro, que son la cuarta y la quinta de su carrera olímpica. Se impuso de nuevo en 400 y contribuyó a la victoria de Estados Unidos en el relevo largo. También prolongaron su estancia en la elite el boxeador cubano Felix Savón, tercer oro en peso pesado, el polaco Robert Korzeniowski, de nuevo campeón en 50 kms. marcha, la china Fu Mingxia, cuarto oro en saltos de trampolín, y el judoca francés David Douillet, que revalidó el título de pesado. Para la alemana Birgit Fischer y el inglés Steve Redgrave, ambos de 37 años, habría que instaurar un nuevo premio 'fuera de categoría'. Con los dos oros de Sydney, la piragüista suma siete en cinco ediciones no seguidas de los Juegos; el remero, para el que ya se pide el título de sir, ganó en cuatro sin timonel la quinta medalla de oro consecutiva.

Los Juegos depararon también grandes decepciones a deportistas que llegaron a Sydney como reyes y tuvieron que ceder en esta ciudad su corona: en natación, el ruso Alexander Popov, que acabó sin oros, y la alemana Franziska van Almsick, que no entró en finales; en atletismo, el ucraniano Sergei Bubka, que saldó su participación con tres saltos nulos, y el marroquí Hicham el Guerruj, derrotado en 1.500 por primera vez en cuatro años; y en lucha grecorromana el ruso Alexander Karelin, que llevaba trece años invicto y no pudo sumar su cuarto oro olímpico.
En los deportes masculinos de equipo sólo la selección estadounidense de baloncesto y la holandesa de hockey fueron capaces de renovar sus títulos de Atlanta, la primera pese al susto de semifinales ante Lituania (85-83). En las otras disciplinas hubo cambio de campeón: Camerún sucedió a Nigeria en fútbol, Estados Unidos a Cuba en béisbol, Rusia a Croacia en balonmano, Yugoslavia a Holanda en voleibol y Hungría a España en waterpolo.

Las mujeres fueron más constantes y muchos equipos repitieron oro: Estados Unidos en baloncesto y sóftbol, Australia en hockey, Cuba en voleibol y Dinamarca en balonmano. En fútbol sí hubo nuevas campeonas: las noruegas heredaron el título de las norteamericanas.
Durante los Juegos se descubrieron nueve casos de dopaje. Cuatro de ellos correspondieron a levantadores de pesas -tres búlgaros y un armenio que había ganado bronce-, pero el más polémico fue el de la gimnasta rumana Andrea Raducan, ganadora del concurso individual de artística. Raducan dio positivo por la pseudoefedrina incluida en un anticatarral y, a los 16 años, pasó por el trago de tener que devolver un oro olímpico, víctima de la ignorancia de un médico y de la inflexibilidad de las nuevas normas antidopaje del COI. Ni las protestas de Ion Tiriac y Nadia Comaneci surtieron efecto.
El público de Sydney dio al mundo un ejemplo de deportividad y tolerancia. Tuvo aplausos para todos: para la china Liping Wang, que ganó la marcha gracias a la descalificación de la australiana Jane Saville, para el ecuatoguineano que nadó los 100 libre en 1:52.72, y para el holandés Van den Hoogenband cuando quitó el récord mundial a Ian Thorpe.

Fue la guinda a una admirable organización de los Juegos, tremendamente superior a la de Atlanta. Los pequeños problemas en el transporte fueron el menor mal posible ante la magnitud del acontecimiento, que reunió a 11.000 deportistas, 6.000 oficiales y 21.000 periodistas, además de invitados, turistas y los cuatro millones de habitantes de la ciudad. Sin duda alguna, que Sydney permanecerá en la memoria y en los corazones de todos por su brillo y esplendor.